Los 7 Cabritos y el Lobo (versión clásica en prosa)


Había una vez, una mamá cabra que vivía en una vieja casa en el campo. Junto a ella vivían sus siete cabritos que eran su mayor tesoro en este mundo. La cabra los amaba con un cariño inmenso y, preocupada por su seguridad, siempre les repetía una advertencia:

-Mis queridos hijos, jamás confíen en extraños. El lobo, astuto como es, podría adoptar disfraces engañosos. Si su voz suena ronca y su piel es oscura como la noche, tengan cuidado porque podría ser él!!!

Los cabritos asintieron con seriedad a las palabras de su madre, prometiendo recordar todo aquello muy bien cuando ella los dejara en casa para ir en busca de alimento. Algo que la mamá procuraba hacer siempre que fuera absolutamente imprescindible y a toda velocidad, consciente de los peligros que pudieran acechar a sus hijos durante su ausencia.

Así, un día, apenas la cabra se marchó, apareció el lobo, con sus ojos brillando con malicia y su pelaje oscuro ondulando al viento, y tocó a la puerta de la casita con una sonrisa malévola.

-Quién anda ahí? preguntaron los cabritos con cautela.

-Soy vuestra madre les respondió el lobo con una voz suave, tratando de imitar la dulce voz de la mamá cabra.

Pero los cabritos, entonces, recordaron las palabras sabias de su madre y no se dejaron engañar.

-No eres nuestra madre!!! La voz de nuestra madre es suave como el viento y la tuya es ronca como una tormenta, dijeron valientemente.

El lobo, frustrado por su fallido intento, se retiró momentáneamente, pero su determinación nunca se quebrantaba. Tras esto decidió visitar al molinero del pueblo, y le convenció de blanquear su pata con harina para ocultar su naturaleza oscura. Cuando regresó a la casita, los cabritos nuevamente le preguntaron quién era.

-Soy yo, vuestra madre, respondió el lobo malicioso, presentando su pata recién blanqueada.

Y esta vez los cabritos se quedaron desconcertados. Si bien no reconocían del todo la voz, la pata parecía auténtica. Para salir de dudas se acercaron a la ventana, donde vieron que su otra pata seguía siendo negra como la noche.

-No eres nuestra madre porque ella tiene patas blancas como la lana, dijeron los cabritos con firmeza.

El lobo, persistente y decidido, no se dio por vencido. Volvió a las calles y encontró al molinero, persuadiéndole ahora para que pintara su otra pata con la misma harina blanca.

Y así, con su apariencia mejorada, el lobo volvió a la casita de los cabritos.

-Quién está ahí? preguntaron los cabritos con curiosidad.

-Soy yo, vuestra madre, respondió el lobo, mostrando sus patas blanqueadas y su voz suavizada.

Aunque dudaban, los cabritos seguían sin estar seguros de si era o no su madre.

-Muéstranos tus patas!!! le exigieron.

Y cuando vieron las patas blancas como la nieve, sintieron que habían sido demasiado precavidos y abrieron la puerta. Pronto se dieron cuenta de su error, porque poco tardó el lobo en revelar su verdadera identidad.

Aterrorizados, los cabritos se dispersaron por la casa, escondiéndose en rincones y recovecos. Uno se escondió en el horno, otro debajo de la cama, otro detrás de la puerta, otro en la cocina, otro en el fregadero, otro en el armario y el más pequeño en la caja del reloj. Sin embargo, el lobo, con mucha paciencia, los fue encontrando uno a uno a todos. Bueno, a todos menos al más pequeño, al que no pudo encontrar en ningún lado.

Después del gran banquete, el lobo estaba tan lleno que se recostó bajo un árbol y se durmió profundamente.

Mientras tanto, la madre cabra regresó a su hogar, encontrando el caos y la desaparición de sus queridos cabritos, así como al pequeño sano y salvo, aún oculto en su escondite, que rápidamente compartió la trágica historia con su madre.

La madre cabra, con un gran coraje, tomó unas tijeras, aguja e hilo, y acompañada por su valiente cabrito se dirigió en busca del lobo. Cuando lo encontraron profundamente dormido, la madre cabra usó las tijeras para abrir su panza, liberando a todos sus cabritos. Y tanto habían pasado, que los pobres cabritos aún sintieron la necesidad de asegurarse de que el lobo no causara nunca más daño.

Así, juntos, recogieron piedras y llenaron la panza del lobo dormido, asegurándose de que no pudiera escapar a su merecido castigo. Cuando el lobo finalmente se despertó se sintió muy sediento y se acercó al pozo en busca de agua, pero las piedras en su interior le desequilibraron el cuerpo y cayó en el pozo mismo, poniendo fin a su vida.

Qué felices fueron entonces los cabritillos!!! Y reunidos todos juntos, una vez más, rodearon el pozo y cantaron con alegría y alivio. Su astucia y valentía habían triunfado sobre la maldad del lobo, celebrando su victoria con amor, saltos y risas y más risas.

Y COLORÍN COLORADO
este cuento ha terminado

No hay comentarios:

Publicar un comentario